Hay más vinos que días tiene el año, pero hay días más señalados que otros en los que no podemos ni queremos fallar. Se acercan las fechas navideñas, y no puede faltar un buen vino en la mesa. Cada vino es un mundo, y cada cuñado también… Hay quien prefiere irse a los clásicos de siempre, que nunca van a fallar; otros disfrutan probando sabores diferentes.
Que un vino “encaje” con la comida cambiará por completo la experiencia culinaria. Elegir bien es triunfar y, sobre todo, hacer disfrutar a familia y amigos; pero depende de conocer las claves principales. Por eso, a continuación te dejamos nuestras opciones favoritas con las que no fallarás si te toca llevar el vino. ¡Toma nota!
NOTA: Antes de ir más lejos, si no te fías y quieres tomártelo más en serio partiendo de las bases, tienes una buena introducción al mundo del vino aquí; puedes aprender mucho acerca de los factores de calidad…
Para empezar…
Normalmente en las comidas se va “de menos a más”. Y lo mismo ocurre con los vinos que acompañan. Los entrantes suelen ser ligeros, así que en líneas generales será un acierto optar por un vino blanco o rosado para abrir la comida.
Un vino verdejo D. O. Rueda es un comodín ideal. Aromático y con cuerpo, pero suave, marida a la perfección con ensaladas, mariscos o, por qué no, un típico revuelto de setas. Es, pues, un vino versátil y agradecido.
¿Y un rosado? Marida de maravilla con ensaladas tibias o tablas de patés, quesos y embutidos.Al menos el que tenemos en mente, un varietal merlot D. O. Navarra, cuyos matices de sabor nos recuerdan a los frutos rojos.
Y cómo no… un albariño D. O. Rías Baixas no puede faltar para acompañar mariscos y ensaladas gourmet. En general son vinos afrutados; sus toques tropicales y cítricos acompañan bien sin dejar de sorprender a cualquier paladar.
El plato fuerte
Estamos acostumbrados a escuchar eso de que los tintos van con la carne, pero no es tan sencillo; no es lo mismo acompañar un chuletón de ternera a la plancha que un asado de pato. Y… ¿qué pasa si apostamos por un pescado?
El tempranillo D. O. Ribera del Duero es un caldo que no suele disgustar a nadie cuando va casado con carnes rojas o lechazo (otro clasicazo navideño). Los más jóvenes son frescos y francos cuando son jóvenes; envejecido en barrica de roble gana en estructura, resulta más aterciopelado y prolonga el retrogusto.
Otro tinto versátil, esta vez caracterizado por una agradable astringencia e intensos aromas florales, es el mencía D. O. Bierzo. Aves de corral, carnes de caza, guisos de legumbre, todos ellos agradecen este caldo que recuerda a bosque y que madura muy bien.
Ya que estamos por la zona, ¿qué tal un godello D. O. Valdeorras para un buen besugo al horno (por ejemplo)? Este es un vino blanco complejo, rico en matices aromáticos que van del dulce al amargo, del heno a la almendra.
¡Chin, chin!
Llegamos al final… el turno del dulce y el brindis. Para cerrar toda celebración, un vino espumoso; la tradición manda. Todo un mundo sobre el que hay mucho que aprender… Y ¿qué tal un vinito dulce, detallazo para los postres que nunca faltan en, como dice el tópico, “estas señaladas fechas”?
Tirando de proximidad nos decantaríamos por un D. O. Cava catalán como mandan los cánones (variedades macabeo o chardonnay, método tradicional). Es un vino tan versátil que te arrepentirás de haberlo dejado para brindar…
Para el dulce, lo tenemos claro: los vinos dulces a base de uva monastrell de D. O. Jumilla. Armonía, melosidad, fruta madura y especias que ayudan a pasar con mucha más gloria que pena al polvorón más polvoriento.
NOTA: ¡Pst, pssst! Consejo secreto 🤫: si quieres sorprender a propios y extraños y marcarte un punto, hazte con un fondillón de Alicante.
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